25/5/12

Capital Viento. ¿Por qué las centrales eólicas?

A lo largo de los últimos treinta años la dominación ha tomado “una nueva conciencia del hecho energético” condicionada por los precios del petróleo y la distribución geográfica de sus reservas. La clase dirigente ya es consciente de que un suministro seguro de energía es imprescindible para el mantenimiento de la sociedad de mercado, urbana en su más alta expresión, y, dado el coste creciente para su obtención y la disponibilidad decreciente de recursos energéticos, no le importan los impactos que causen su producción y transporte; los “costes medioambientales y sociales” son meros daños colaterales de una política de “seguridad” que ha de prever eventuales situaciones de desabastecimiento. Es esa doble amenaza la que obliga a los Estados industrializados a confeccionar planes que faciliten la mundialización del mercado de la energía y fijen estrategias de ahorro, eficiencia y prospección a fin de atemperar su elevada dependencia energética. Lo primero conduce al desarrollo de infraestructuras energéticas de interconexión; lo segundo, a la innovación tecnológica y a la promoción de las energías renovables industriales.
La sociedad capitalista de masas se basa más todavía en el crecimiento, lo que redunda en estilo de vida motorizado apoyado en un consumo intensivo de energía, con el consiguiente incremento continuo de la demanda. Sin embargo, ese estilo no puede sostenerse indefinidamente, puesto que el agotamiento progresivo de los yacimientos de combustibles fósiles (y de uranio) junto con la gravedad de los impactos ambientales y sociales causados imponen serias limitaciones que han de asumir las administraciones. Por un  lado, el aumento del precio del petróleo y el gas natural; por el otro, las emisiones contaminantes, la destrucción del entorno rural, la degradación de los ecosistemas y el calentamiento global. El capitalismo se halla ante la disyuntiva de seguir creciendo y agravando la crisis ecológica, o de decrecer y sumergirse en una crisis económica. Al final ha tenido las dos y esto no es más que el principio. En un artículo titulado “La transición energética” (El País, 26-X-2005) podía leerse: “la crisis que se avecina es de tal magnitud que todos los expertos consultados coinciden en que estamos ante un nuevo paradigma.” Que los expertos al servicio del poder económico sean catastrofistas es una novedad, pero como el sistema capitalista ha venido demostrando a través de la historia, la solución que preconizan en su nombre se desprende de la conversión de los problemas generales en oportunidades para las grandes corporaciones. Así pues, el sistema ha dado con la “opción sostenibilista”, que consiste en reorientar el crecimiento económico tratando de contrarrestar sus deplorables efectos a través de cambios en el “mix” energético consumible, y, por encima de todo, en un salto tecnológico hacia delante. Los dirigentes empresariales y políticos planean un cambio paulatino hacia un modelo productivo “descarbonizado”, o sea, un modelo que dependa menos de los combustibles fósiles y más de las nucleares y las renovables industriales. La seguridad del suministro y la neutralización de los efectos del cambio climático son los puntos clave del nuevo paradigma capitalista, pero los caminos a seguir, como por ejemplo el mercado de emisiones, la subvención de la industria nuclear y renovable, el control social o la geopolítica imperialista, abocan a contradicciones insuperables. El “desarrollo sostenible” resulta pues una vulgar estafa, ya que se resume a una apuesta político-tecnológica por el sostén de la demanda de energía y por la explotación del territorio como fuente autóctona de recursos energéticos, sean o no renovables, es decir, sean o no contaminantes, sin reducir para nada el consumo de combustibles fósiles, ni por supuesto alterar el statu quo mercantil. Puede que sea desarrollo, pero no tiene nada de sostenible. Las rutas tecnológicas abiertas suponen un “nuevo modelo territorial” pagado directamente por los consumidores mediante la factura de la luz, o indirectamente, a través del erario público; es lo que llaman “internalización de los costes”. En realidad el aumento del precio de la energía ha de costear todos los dispendios del capitalismo verde, puesto que éste aún no es rentable: la construcción de infraestructuras como las “redes transeuropeas de energía”, el secuestro del dióxido de carbono, la extracción de gas y petróleo no convencionales, la investigación tecnológica, la construcción de centrales de renovables, la plantación de agrocombustibles, las plantas de tratamiento de residuos... Y todo para concluir que la demanda mundial entre 1997 y 2020 se incrementará en un 57%, y que al final del periodo los combustibles fósiles representarán más del 80% de la energía mundial consumida, es decir, más o menos lo que representan en la actualidad. Del petróleo depende no solamente el transporte mundial, sector que crece más que los otros, sino la industria química y la farmacéutica, la producción de asfaltos, fibras sintéticas, plásticos, etc., elementos imprescindibles para la vida artificial obligatoria en régimen capitalista. No existe, ni a corto plazo ni a largo, un recurso capaz de sustituirlo Por eso la población está siendo atemorizada por el espantajo de una crisis, a fin de que se resigne a futuras disfunciones socio-económicas y desastres ambientales.
Ante la perspectiva de la catástrofe, las directivas de las altas instancias europeas (el Parlamento, el Consejo, la Comisión) relativas al fomento de las renovables industriales pueden entenderse más que como mecanismos de contención de la demanda de combustibles fósiles (que van a seguir siendo la principal fuente de energía, y por lo tanto, de contaminación y de producción de gases de efecto invernadero) como mecanismos de ocultación de la crisis energética y ecológica. Las renovables son un complemento inconfesable de la verdadera producción alternativa, la nuclear, destinada a representar el 30% de la energía producida en 2030 en la península, según informa el lobby nacional Foro Nuclear, lo que supondría la construcción de entre siete a diez centrales nucleares más. Además, las renovables son seudo-exorcismos contra el cambio climático, destinado a disimular fenómenos más agresivos con el medio ambiente, por ejemplo la expansión del consumo de gas natural o la producción de gas no convencional. También dan una impresión de seguridad que se corresponde poco con la realidad, al proporcionar una apariencia de diversificación de las fuentes, cuyos cuantiosos costes presentes comportarán según los expertos y políticos beneficios superiores en un futuro. Este peculiar efecto pantalla psicológico de las renovables --que ni son baratas, ni reducen sensiblemente el estado de dependencia energética, y que, finalmente, no son siquiera renovables-- ha logrado convertirlas en prioridad de las políticas energéticas para los años venideros, los de la “transición energética.”
Desde que la Unión Europea fijó el objetivo del 20% de generación renovable en 2020, las eólicas industriales marchan en primera línea, y ello es así porque son las menos caras y las que se encuentran en una fase de desarrollo más avanzado. Pero la energía eólica está lejos de ser una fuente socializada en manos de colectivos locales energéticamente autónomos. Cuatro multinacionales controlan el sector en el ámbito estatal, a saber, Acciona, Iberdrola-ACS, Gamesa y Abengoa, que junto con Endesa, Unión Fenosa, Isolux, Corporación Eólica SA, Fersa e Hidrocantábrico, poseen casi todos los impropiamente llamados “parques” de aerogeneradores, que, siguiendo el modelo centralizador clásico, vierten su producción a la red eléctrica monopolista. En 2004 el Estado español se situaba en segundo lugar mundial en cuanto a potencia instalada, pero del consumo total de energía primaria en 2009, solamente un 2’4% correspondió a la eólica. Y es que dicha energía no es apta para el transporte pues sólo sirve para producir electricidad –el vehículo eléctrico está lejos de ser una realidad práctica. Se consume principalmente en el ámbito residencial y terciario, pero nunca sola pues para compensar las bajadas de tensión debidas a la variabilidad del viento necesita el respaldo de centrales térmicas, grandes contaminadoras. Esa necesaria asociación pone en duda el carácter renovable de la energía producida por las centrales eólicas, pero no olvidemos también que los materiales industriales usados en su construcción reflejan una importante huella carbónica de fábrica: hormigón armado para la cimentación, las zanjas y las torres, acero para las torres y la “góndola”, fibra de vidrio o de carbono reforzada con plástico para los “álabes” o palas, cobre para el transformador y cables de evacuación, y hasta metales muy poco abundantes en la naturaleza como el neodimio y el disprosio para los imanes permanentes del rotor, cuya extracción y purificación es un proceso altamente tóxico. Si a ello añadimos el uso de aceite en la maquinaria, las resinas de poliuretano o de polivinilo para la protección del acero, los movimientos de tierras, excavaciones y demás trabajos de instalación, que se repiten a la hora del desmantelamiento, o sea, al cabo de veinte años --la vida útil del aerogenerador de 60 metros de altura con palas de 30 metros-- tendremos el cuadro completo de la verdadera renovabilidad de la energía eólica.
El primer impacto que se percibe ante una central eólica es el visual. La configuración del paisaje resulta mayormente cambiada, fragmentada, afeada y banalizada, con pérdida de su calidad panorámica, de su unidad y su singularidad, algo que desde un punto de vista pragmático puede parecer secundario, pero que para el vecindario que se siente a gusto con la belleza de su entorno resulta principal. A partir de ahí podemos continuar con el impacto sobre el territorio. Efectivamente, la construcción de infraestructuras viarias y eléctricas erosionan el terreno y provocan daños a la vegetación que aumentan cuando la central ocupa espacios protegidos. La evacuación de la electricidad producida exige líneas de alta tensión además de zanjas, con el riesgo de incendio que conllevan. Dicho impacto empieza a ser considerable en cuanto a la mortandad de aves por colisión con las palas, electrocución con los tendidos de evacuación y pérdida de hábitat. Finalmente, el bloqueo de las corrientes de aire incide en el sobrecalentamiento del lugar, el ruido producido por los aerogeneradores resulta molesto en las proximidades de las centrales, y el “efecto discoteca”, que consiste en la sombra proyectada por las palas al recibir la luz solar, es sencillamente inaguantable. La preocupación por el medio ambiente de los industriales eólicos y de los políticos que sostienen sus intereses queda desenmascarada frente a una simple enumeración de efectos nocivos.
Ante el problema de la escasez de emplazamientos terrestres aprovechables surge la posible alternativa de las centrales eólicas marinas, todavía en fase experimental. No necesitan vías de acceso, alcanzan una productividad mayor y duplican la vida útil de los aerogeneradores, pero son bastante más caras y su impacto paisajístico, territorial y ambiental es mayor. Las torres tienen una envergadura de hasta 200 metros, 75 de ellos sumergidos, con palas de 50. A la erosión provocada por las obras de superficie y submarinas se suman el mayor ruido, la carnicería de aves y los efectos de los campos electromagnéticos en la flora subacuática y los recursos pesqueros. Las economías costeras resultan claramente perjudicadas, por lo que el rechazo vecinal suele ser mayor que en las terrestres. En general, las eólicas no pueden suscitar una complicidad suficiente en la población afectada, ni siquiera con el reclamo recurrente de los puestos de trabajo y del “atractivo turístico” que significarían los aerogeneradores en medio del mar, argumentos éstos verdaderamente extravagantes que denotan la absoluta falta de justificaciones plausibles, pues las centrales funcionan automáticamente y su presencia invita más bien a la fuga. Así pues, la toma unilateral de decisiones respecto a la implantación de “parques” marinos que comportan la liquidación de la actividad económica local y la degradación del territorio, por parte de las distintas administraciones, asesoradas éstas por el trabajo deshonesto de técnicos universitarios y escudadas en periodistas serviles, no es capaz de ocultar a los ojos de la población que los proyectos eólicos –y los otros— no responden más que a la megalomanía irresponsable de los políticos y los intereses espurios de los fabricantes de aerogeneradores, de las empresas promotoras y de los bancos.
En resumidas cuentas, la energía eólica no surge en el mercado global para sustituir a ningún otro tipo de energía, pues sólo para reducir significativamente el número de térmicas de carbón-fuel o de nucleares necesitaríamos un “parque” cada tres o cuatro kilómetros cuadrados. Simplemente aparece para contribuir al crecimiento de la economía de mercado. No es ni siquiera renovable, puesto que la construcción de centrales y la fabricación de turbinas requieren una gran cantidad de combustibles fósiles que cuestiona la limpieza de la producción final. No disminuye pues la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera, ni contribuye a detener el cambio climático. Tampoco rebaja el precio del kwh, ni reduce la dependencia de los Estados sin yacimientos de petróleo o gas. La producción de energía eólica es ante todo un gran negocio en manos de un oligopolio multinacional que pone el territorio en explotación a fin de mantener viables las conurbaciones. De esta manera los derechos e intereses de los habitantes rurales son sacrificados en aras del mantenimiento de unas condiciones de consumo suficiente para la masa de asalariados que se amontonan en ellas. Es en definitiva una pieza más del nuevo capitalismo “sostenible”, aquel donde el territorio ambiental y socialmente deteriorado se transforma en mercado, y por consiguiente, en fuente de beneficio privado exclusivo protegido por el Estado. Es una prueba más de la carrera suicida de una civilización industrial con necesidades masivas de energía pero con cada vez menos petróleo, una civilización enferma y decadente de la que conviene salir.

Miquel Amorós
Cicle "antidesarrollista" en defensa del territori, Barcelona, CSOA La Teixidora (Poble Nou), 20 de mayo de 2012.  

12/4/12

Oposició al Center Parcs en los Chambarans (Francia)

Les Chambarans és un bosc de la zona d'Isère, entre Lyon, Valence i Grenoble, que volen destruir per posar-hi un centre de vacances per youppies. El gran argument són, com no, els llocs de treball.
 
NOSOTROS NOS OPONEMOS AL PROYECTO DE CENTER PARCS EN LOS CHAMBARANS

Porque no queremos no solamente la destrucción de una zona húmeda, el destrozo del entorno y de su biodiversidad, la amenaza de desaparición de una capa freática y el despilfarro de agua y energía, sino también...

Porque no queremos ver los territorios continuamente transformados y destruidos por la huida hacia delante impuesta por la sociedad de mercado.

Porque no queremos vernos obligados a deambular entre cercados y alambre espinoso.

Porque rechazamos la idea misma de parque natural aséptico donde se interpreta una representación caricaturizada y folklórica de la vida que el turista ha de consumir.

Porque los bosques no están para someterlos al turismo de masas, ni siquiera al ecoturismo, con la única finalidad de que la sociedad desarrollista funcione.

Porque la libertad, la gratuidad y el paseo son valores que consideramos fundamentales.

Porque no queremos el ocio mercantilizado que nos impone una legión de comunicadores.

Porque los bosques han sido también espacios de vida, de subsistencia, de retiro o de refugio para los marginados y los “indeseables”. La destrucción metódica de esos espacios dice mucho sobre la mentalidad y las perspectivas totalitarias de quienes toman las decisiones.

Porque no queremos que la idea de espacio salvaje no se quede en un vago recuerdo cuya memoria se conservara sólo en los libros de las bibliotecas.

Porque cualquier lugar de vida todavía no destruido ni contaminado por la industria y el comercio ha de defenderse con determinación.

Porque el turismo, del que se pretende que reemplace ecológicamente a las fábricas deslocalizadas, provoca tantos destrozos y miseria como ellas.

Porque no hay promesa de empleo que justifique la privatización, la enajenación y la destrucción irreversible de nuestros territorios.

Porque la “salvación” de los pueblos mediante la creación de empleo y riqueza es una mentira y un engaño. Pierre & Vacances junto con sus amigos políticos aliados y servidores consensúan una colaboración público-privada que no beneficia más que a ellos y a la ideología del crecimiento capitalista devastador que defienden al unísono.

Por todas estas razones, seguimos luchando contra ese proyecto y os invitamos a que lo combatáis, encargándoos vosotros mismos de vuestro territorio y de vuestro futuro.

Los Chambarans han de seguir siendo lo que han sido durante todo el tiempo: ni más ni menos que un simple bosque

Mes informació a:  http://chambarans.unblog.fr/

21/7/10

Implicacions de la despossessió humana per part de la societat industrial

Antes de entrar a ver y analizar algunos aspectos de esta desposesión por parte de la sociedad industrial, situemos estos dos conceptos, estas dos realidades.


Desposesión

Problematicemos un poco el término para no hacer de él una lectura ideológica que atribuiría al pasado virtudes que no tiene (para decirlo de forma fácil, para no caer en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor), como si las formas de vida preindustrial fueran mejores que las actuales y en las que la desposesión no hubiera llegado tan lejos.

Primero, no podemos comparar el grado de desposesión entre épocas: si vivía mejor un campesino medieval o un obrero del siglo XVIII..., no hay parámetros comunes para hacer tal cosa. Y segundo, sabemos de nuestro pasado formas de desposeimiento atravesadas por un discurso religioso, atávico, heterónomo, formas de vida organizadas en torno a la iglesia, sometidas al trabajo esclavo,....

Lo cual no quiere decir que no podamos rastrear en el pasado para ver formas de vida comunitaria, revueltas para no perder aquello que de más humano hay en nosotros, para saber de nuestra historia y no de la historia escrita desde el poder, pero sin convertir la historia en ideología. La crítica a la civilización industrial no la hacemos desde el pasado sino desde el presente, o mejor desde el futuro, desde el porvenir que viene a modificar la sociedad existente.

Hay otro concepto que puede ayudarnos a ensanchar ese de desposesión y es el de alienación. A mediados del siglo XIX, los primeros críticos del modo de producción y de vida capitalista utilizaron el término de alienación. Bauer, Hess, Feuerbach, Marx.. hablaron de alienación religiosa (el hombre proyecta fuera de sí su ser y se pierde en la ilusión de un mundo trascendente), de alienación política (el hombre se pierde en la ficción de un espacio separado –el Estado- donde todos seríamos iguales: ciudadanos), de alineación económica, el hombre separado de su producto.

Y hablaron también del fin de la alienación, lo cual puede interesarnos al hablar ahora de desposesión. El fin de la alienación es su realización. “Aufheben” es a la vez suprimir y realizar. Suprimir la propiedad privada es realizar la propiedad colectiva, suprimir la religión es realizar el deseo humano que hay detrás de la pregunta por lo maravilloso y lo poético, suprimir el dinero no es la vuelta a un pasado miserable sino la realización de una vida exuberante,...


Sociedad industrial

Hablamos de la sociedad industrial como sociedad capitalista y técnica, y vamos a fijarnos en aquellos rasgos que mejor nos ayuden para entender de qué desposesiones hablamos al decir que la sociedad industrial nos desposee.


Capitalista

Lo peculiar de este modo de vida y de producción de mercancías es que en la producción de objetos (mercancías) se busca no su valor de uso sino su valor de cambio, valor que en la evolución del modo de vida capitalista va en aumento mientras el valor de uso de la mercancía tiende a cero. El valor de uso es pues, en este sistema, la coartada del valor de cambio. No es pues tanto un sistema de producción de objetos para satisfacer unas necesidades, sino un sistema de creación de necesidades que demandarán la producción de objetos: simplificando y para entendernos, si produce bebidas no será tanto para apagar la sed sino para propiciarla. Produce pues la necesidad misma. En este sistema, escribe Marx, “la producción no solamente proporciona materiales a la necesidad sino que proporciona también una necesidad a los materiales, de modo que la producción no solamente produce un objeto para el sujeto, sino también un sujeto para el objeto” (1857, Prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política”).

El objeto producido es un objeto abstracto, cuya utilidad es el beneficio. La lógica que preside este sistema es la de la obtención del máximo beneficio (valorización / acumulación de capital), lógica que ha de atravesar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, lo que sitúa la crisis de este sistema no en su mejor o peor funcionamiento sino en su misma esencia. Es esta misma lógica la que preside la tendencia a ocupar todo el espacio, su tendencia a convertir todo en mercancía, toda actividad en trabajo asalariado, toda actividad artística en espectáculo, su tendencia a capitalizarlo todo, a que no quede nada exterior a esta relación mercantil, hasta convertir la relación que en la producción se instaura entre los hombres en la forma de relaciones entre cosas.


Técnica

También los primeros críticos de la sociedad capitalista nos sirven para iniciar esta comprensión de la sociedad como sociedad técnica. El capital propicia un espectacular crecimiento de la técnica, crecimiento regido por el principio de la máxima eficacia. La eficacia va a situarse por encima de cualquier otra dimensión.

Para Marx la técnica no es un fin sino un medio. Mediación para satisfacer el deseo-necesidad. El hombre al no encontrar en su medio al satisfactor lo produce artificialmente (la Naturaleza no produce locomotoras, ni pianos,..): Surge el acto propiamente humano, ya que el consumo nos iguala al animal. En el paso de la manufactura a la gran industria Marx capta ya la importancia de la ciencia y de la técnica como fuerza productiva directa. Escribe en los Grundrisse (1856): “En la medida que la gran industria se desarrolla, la creación de riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo empleado que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción”. Para Marx el problema de la técnica está en su uso. Cuando habla de los ludditas en El Capital dice que “hace falta tiempo y experiencia antes de que los obreros, una vez han aprendido a distinguir entre la máquina y su uso capitalista, dirijan su lucha no contra el medio material de producción sino contra el modo social de explotación”. Para Marx la técnica (fuerzas productivas) no es sólo neutra sino positiva. Marx no cuestiona ni los objetos producidos ni los medios de producción, sino sólo la apropiación que de ellos hace el capital.

Para los críticos Ellul, Mumford, Anders, la cuestión no está en su uso sino en su esencia misma. Si, como dice Ellul, hasta la revolución industrial (s. XVIII) la técnica sólo se aplicaba a campos restringidos, los medios técnicos que se aplicaban eran limitados, su evolución era lenta, y al hombre le quedaba al posibilidad de escoger, todos estos caracteres desaparecen en el actual desarrollo técnico; en nuestra civilización la técnica no tiene límite, se extiende a todos los campos, recubre toda la actividad del hombre, engloba toda la civilización.

Ante el fenómeno técnico desaparecen la ética, la búsqueda de un sentido, la metafísica y el lenguaje. El hombre pre-técnico vive en un escenario humanista donde imperan la finalidad y el sentido. La técnica no tiene una finalidad, carece de sentido, funciona, progresa de manera puramente causal, por autocrecimiento, receptiva sólo a la intro-información. Proponerle un fin, pensar que la técnica no es más que un conjunto de medios al servicio de unos fines, es no entender el significado de la técnica. Es ilusorio pues distinguir entre un buen uso y un mal uso de la técnica: sólo tiene un uso, el uso técnico. Pedirle a la técnica otro uso es pedirle que no sea la técnica: no hay diferencia entre la técnica y su uso. Hoy la T se ha vuelto autónoma respecto a otras instancias: lo que se puede hacer se hará.


Formas de desposesión.

Intentaremos dar unas pinceladas, a modo de ejemplo, sobre algunas formas de desposesión: de la tierra, del lenguaje y sobre el papel de la imagen en esta sociedad. Todas estas y las demás desposesiones comportan la pérdida de determinados saberes y formas de vivir. Estas cuestiones las hemos tratado en las revistas Etcétera, sobre todo en los nº 31, 32, 33, 38, 39 y a lo que allí escribimos nos remitimos.

En primer lugar puntualizar que adueñarse de algo y poseerlo en exclusividad, suele ir unido a desposeer a otros de algo. Y ambos conceptos, son producto de una determinada forma cultural, de una civilización con una determinada estructuración social que impone una sociedad jerarquizada, bajo un Estado, dividida en clases y donde el concepto de propiedad privada es primordial. La propiedad privada tiene como principal condición de transformar a los seres humanos en seres “privados de”: de libertad, de autonomía, de poder de decisión, etc. Finalmente privados del deseo de aprender a vivir su propia vida.

Es importante remarcar que una sociedad así, estratificada piramidalmente, basada en la imposición del trabajo a muchos para el beneficio acumulativo de unos pocos, es un hecho reciente respecto a la existencia total de la humanidad en el mundo. En realidad hará aproximadamente unos 10.000 años que unos núcleos de sociedades estatalizadas lograron imponerse en algunas áreas fluviales, junto a ríos como el Nilo, el Tigris y el Eufrates, el Indo o el Amarillo.

Es evidente, pues, que de la misma manera que la historia de la dominación corre paralela a la historia de la explotación. La historia de la acumulación de riquezas por unos pocos corre paralela a la historia de la desposesión o alienación de otros muchos.

No hace ni 200 años que la idea de propiedad privada era aún extraña para una gran parte de la humanidad. La relación con la tierra y demás medios naturales era para muchos pueblos del planeta, a lo sumo lo que Marx denominaba, “la relación de su comunidad con sus condiciones de producción”, cultivaban o cazaban para poder vivir, no para acumular y especular usureramente, obligando a la mayor parte de la sociedad a malvivir.

En el año 1855 los pueblos Dewamish, que vivían en lo que ahora es el estado de Washington contestaron a los invasores europeos que querían comprar sus tierras:

El Gran Jefe Blanco de Wáshinton ha ordenado hacernos saber que nos quiere comprar las tierras. El Gran Jefe Blanco nos ha enviado también palabras de amistad y de buena voluntad. Mucho apreciamos esta gentileza, porque sabemos que poca falta le hace nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego a tomar estas tierras. ¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Está es para nosotros una idea extraña. Si nadie puede poseer la frescura del viento ni el fulgor del agua, ¿cómo es posible que usted se proponga comprarlos?

El triunfo del sistema capitalista simbolizado en la llamada Revolución industrial inglesa y en la toma del Estado por la burguesía en Francia (1789), es en realidad el resultado de un proceso en el tiempo, que dura más de dos siglos, en el que se solapan formas del sistema feudal y formas de un capitalismo iniciático con la burguesía comercial como clase que lo impulsa.

Precisamente en Gran Bretaña, se inicia en el siglo XVII el proceso de cercar las tierras que durante siglos habían sido comunales y de “campos abiertos” y que habían escapado al control feudal. Este proceso, de cercar tierras, tuvo su culminación en el siglo XIX. Esto significaba que las tierras pasaban, tras ser compradas a la corona (el rey era propietario por la gracia de Dios), a ser propiedad privada, la mayoría, de unos pocos terratenientes procedentes de la burguesía enriquecida que vallaron las tierras y expulsaron masivamente de ellas a los campesinos de unos lugares donde habían vivido durante generaciones.

Los cercados representan uno de los factores que suponen el inicio de un proceso que significará la transformación acelerada de las condiciones de existencia, de las relaciones humanas, de las técnicas de dominación y de las formas de poder, así como las relaciones económicas entre las personas y con las cosas. Los campesinos se transforman en trabajadores que pueden vender su tiempo y su fuerza en el mercado de trabajo por un salario, serán una mercancía más, un objeto que espera ser comprado por un precio. Los cercados ayudaron a sentar las bases del capitalismo moderno, pues todas las tierras pasaron a ser propiedad privada y los campesinos expulsados se trasformarán en los nuevos proletarios. El capitalismo esperaba, y en gran parte ha logrado, poner al mundo entero a trabajar asalariadamente y no olvidemos que la obligación del trabajo para beneficio de otros, es la primera gran alienación del ser humano, es decir, la primera desposesión que sufre.

A partir del siglo XVI, los europeos inician la colonización del mundo. Pero no será hasta los siglos XIX y XX que el capitalismo triunfante, empleando como método la expansión colonial, no logrará apoderarse y saquear el mundo entero. Rosa Luxemburg nos lo señalaba en su texto “La acumulación de Capital”: Cada nueva expansión colonial viene acompañada, como parte del proceso, de una batalla despiadada del capital contra los lazos económicos y sociales autóctonos a quienes también roba con violencia sus medios de producción y fuerza de trabajo. La acumulación capitalista, por su expansión espasmódica, emplea la fuerza como arma permanente. Este proceso de acumulación de capital mediante el colonialismo supuso y supone (actualmente el colonialismo ha adoptado nuevas formas para continuar la acumulación por desposesión), la muerte de millones de personas y el fin de sus culturas y sus sociabilidades. También en Europa, cuyos habitantes fueron los primeros en sufrir la explotación y la dominación del Capital.

El sistema capitalista, partiendo de Europa, puso en marcha una sucesión de cercados y privatizaciones de tierras que extendió por todo el mundo, desde America hasta África, Asia y Oceanía, no escapando a su codicia ni las regiones más inaccesibles, las árticas, las selvas o los desiertos. Todo en la naturaleza se ha convertido en mercancía, la tierra, el bosque, el agua, la vida y la existencia; todo reducido a patrones abstractos de valores económicos y únicamente reconocidos por el lugar que ocupan en el libro de balances de beneficios. Actualmente todo el planeta es propiedad privada de empresas o personas y lo que no es de ellas esta bajo control del Estado del Capital.

Pero no es descubrir nada nuevo el constatar el carácter totalitario del Capital, su forma se desarrollarse es apoderarse y dominarlo todo en el mundo, en busca del máximo beneficio, el cercado total de la Naturaleza y la vida.

El cerco a la vida por parte del capitalismo está llegando a unos límites que pone en cuestión la propia pervivencia (también la de los suyos), hallándonos hoy confrontados a la pregunta: no de cómo viviremos, sino si viviremos (Günther Anders). El proceso de mundialización del Capital ha llegado hasta la vida misma a través de la agroindustria, de la industria química y nuclear, de la biotecnología, etc. El sistema técnico generado por el capitalismo transforma todas las ramas de la vida, la comunicación la salud, la alimentación, etc., y modifica todo el medio que la circunda: el clima, el aire, el agua; sometiéndolo todo a un proceso de apropiación, rentabilización y devastación. Siendo tanta la nocividad que desarrolla, acumula y expande que está llevando la vida a los límites de su extinción.

A la Naturaleza la sabemos más sometida y a las diversas especies que en ella vivimos más alienadas. Todos los seres que poblamos el planeta somos contemplados como objetos útiles, como forma de valor para este gran experimento capitalista, verificando lo que señalo Gunter Anders de que “actualmente el laboratorio tiene la misma extensión que el globo”.

Por ejemplo, las ya grandes empresas productoras de fármacos, químicas, petroleras, de agrotóxicos, de alimentación, de comercialización de semillas y granos, de biotecnología, se han fusionado formando enormes conglomerados mundiales. Tan sólo Cargill, gigante del grano, ahora en poder de Monsanto, controla el 60% del comercio mundial de cereales y sus transacciones igualan el Producto Nacional Bruto de un Estado como Pakistán.

La vida humana está siendo cada vez más cercada y los individuos estamos más alienados, más aislados, en esta masificada y gregaria sociedad.


Otra de las formas más sutiles de alienación a la que nos vemos sometidos es la desposesión del significante del lenguaje y los sentimientos. Ya Freud nos indicaba que “la palabra es poderoso instrumento, por medio del cual podemos comunicar nuestros sentimientos a los demás”.

Llegamos a las cosas a través del lenguaje. Por medio de él nos representamos y explicamos el mundo y a nosotros mismos: quienes somos y donde estamos. Somos a la vez sujetos que miramos y objeto de la mirada del otro, es a través de esta mirada transformada en palabras que nos construimos como individuos sociales, como comunidad. Venimos al mundo como seres hablantes y el lenguaje nos precede como estructura y como hecho social, y en cierta forma nos determina.

Al poder expresar el pensamiento, las palabras adquieren trascendencia. La potencia de poder crear comunicación entre y con los demás, facilitando la expresión de lo pensado por uno y saber lo pensado por el otro.

Y sin embargo es sabido y actualmente se constata más que nunca, que la lengua (como la técnica) no es tan sólo una herramienta neutra que permite la comunicación entre individuos, sino que está atravesada por una multiplicidad de condicionamientos que permiten múltiples manipulaciones ideológicas. Actualmente ya no queda ninguna duda de la importancia que reviste el control del discurso para asegurar y afianzar el control del orden social.

Se domina también a través del lenguaje. El poder por medio de la técnica de la información: radio, prensa, educación, libros, Internet, pero sobre todo la TV, nos precipita un aluvión de flujos continuos de mensajes y consignas, de señales ordenadas jerárquicamente de manera unidireccional, sin posibilidad de responder y contestarlos. Logrando imponer mucho más que una opinión o un discurso determinado, se impone una manera de comportarse socialmente.

Las cuestiones y los temas de los que hablar y como hemos de hablarlos son, señalados, divulgados y ratificados por la voz autorizada y autoritaria de los mas-media, imponiendo un discurso sin réplica. Los términos mil veces repetidos se vuelven comunes y son repetidos mil veces por la gente, sin cuestionarlos, cada vez que hablamos y nos hablan. Así, como loros se repite: “efectos de la burbuja económica”, “volatilidad de la bolsa”, “el efecto nocivo del sistema financiero”, o “elementos radicales violentos”, “terroristas”, “efectos colaterales”, en lugar de asesinados por la guerra, “conflicto laboral” en lugar de huelga; sin olvidar las grandes palabras mágicas: Democracia y Economía (todo el mundo es demócrata de antes de nacer y un experto en el índice nikkei). O bien se suprimen palabras, casi nadie habla de capitalismo, en su lugar se habla de “neoliberalismo”, de globalización, es decir, se hablan de los efectos sin nombrar la causa.

En lugar de solidaridad se nos calienta el coco con “acciones humanitarias”. Solidaridad incluye la noción de igualdad: describe aquellas acciones individuales o colectivas en pro de otros iguales, esperando una reciprocidad cuando sea el caso. Las “acciones humanitarias” lanzadas por la TV o por empresas asalariadas como son las ONGs parten desde el punto de vista capitalista de la no igualdad, del yo superior que merece recoger los beneficios económicos y el otro como victima que espera las migajas de nuestra caridad.

Actualmente la información es directamente propaganda. Ya Jacques Ellul en su libro “Propagandes” (1960), mostraba como la primordial función de esta no es sólo la de difundir unas ideas y hacérnoslas asumir, que también, sino sobre todo, crear o provocar una “ortopraxis”, es decir, un comportamiento correcto que por sí mismo fundamentará una determinada ortodoxia, pensar y hablar correctamente. Gracias al adecuado manejo y manipulación del lenguaje y de la lógica, se produce la verdad y se configura la realidad. La sumisión voluntaria es una de las conductas que mayoritariamente se acepta y se asume como forma de conducta propia.


Otra desposesión es la que se realiza a través de la imagen. Sociedad de la imagen frente a la sociedad del conocimiento

Una de las categorías principales de este mundo capitalista y técnico es que la imagen pasa a ser, como dice Günther Anders, la categoría principal, hasta el punto que si antes había imágenes en el mundo, hoy hay el mundo como imagen.

Siguiendo a Anders, podemos decir que la información televisiva a través de la imagen nos desposee de la experiencia, al darnos a conocer el mundo, no directamente, si no a través de imágenes servidas como un bien de consumo más a domicilio, perdiendo pues por nuestra parte cualquier posibilidad de reflexión y de toma de posesión.

A través de la imagen televisiva nos encontramos con la imposibilidad de distinguir entre realidad y apariencia. La realidad, el acontecimiento se exhibe en un escenario y se convierte en espectáculo. La representación del acontecimiento es lo que cuenta. Pensemos por ejemplo en la cursa del Corte Inglés: su importancia no le viene del acontecimiento en sí, si no de su retransmisión por TV 3. Es lo que Karl Kraus sintetizó con el aforismo: “Al principio era la prensa, después vino el mundo” y lo llevó más allá afirmando que la vida no es más que una copia de la prensa.

Otra consecuencia de la imagen televisiva es la desposesión de nuestra capacidad de intervención. Frente a la pantalla somos pasivos, no podemos hablar, sólo escuchar. Como muy bien explica el cineasta Peter Watkins, el mismo dispositivo televisivo impide la participación. (Monoforma: dispositivo narrativo que utiliza la TV, ráfaga fracturada estructuralmente, repetitiva, hermética a cualquier intento de participación, sin tiempo para reflexionar aquello que se nos representa).


Etcétera, Can Masdeu, 27 junio 2010

23/4/10

Resistències a l’apropiació de la vida i la natura

Ponent: Henk Hobbelink, coordinador de GRAIN.
(Genetic Ressorces and International Networks).
Us proposem una doble aproximació; per una banda, a les estratègies (acaparament de terres...) i les eines quimèriques (transgènics, agrocombustibles, nanobiotecnologies, biologia sintètica,...) de les que es serveixen industria, tecnociència i estats per apropiar-se i posar a produir tot el territori i el que és viu; per l'altra, a algunes de les resistències que s'hi oposen arreu, entre elles la del moviment per la sobirania alimentària dels pobles.
Si cliques AQUÍ pots trobar informació ampliada (en PowerPoint i PDF) del que va explicar en la seva xerrada.

Los amigos de Ludd

"Optimismo ante el abismo", Radio Bronka, 104.5 FM, 96.6 FM
Esta semana os acercamos la charla del colectivo “los amigos de Ludd” que en su paso por Barcelona nos presentaron la recopilación de textos del boletin antindutrial que ya llegó a su fin. Aunque ya se hayan disuelto como grupo, el libro publicado por Muturreko y la Biblioteca social de los Hermanos Quero es una buena herencia, que nos ayuda a profundizar en la crítica al progreso,al desarrollismo, la industrialización, la función de la ciencia y la tecnología, etc.
Iniciamos el programa hablando de Mohamed y al él le dedicamos la música en arabe. El pasado 13 de Mayo, este chico marroquí murió en en Centro de Internamiento de Extrangeros de la Zona Franca. El domingo día 16 unas 80 personas se concentraron en las puertas del CIE, hacemos una breve cronica de los hechos.
Por la abolición de todos los muros y la libertad de movimiento de las personas…

Resistencias y lugares de encuentro en las montañas de Italia

"Optimismo ante el abismo", Radio Bronka, 104.5 FM, 96.6 FM
Damos voz a la revista Nunatak, que presentaron la gente que la escribe, la edita y le da forma, el pasado domingo en Can Mas Deu. La presentación fue en el marco de las Ciclo de Pensament i lluita antindustrial. De su blog http://pensamentilluites.blogspot.com/ extramemos esta reseña:

Es tracta d’una revista italiana d’històries, cultures i lluites de la muntanya. “Davant la ràpida extensió de la devastació social i ecològica produïda per la societat de la Mercaderia i l’Autoritat, les muntanyes de la terra tornen a ser l’espai de resistència i de llibertat per a que una vida menys alienada i menys contaminada pugui amerar poc a poc la vida de les valls”.

Terminamos el programa con un extracto de otra charla del Ciclo, la de “Los amigos de Ludd” que en algún momento podremos disfrutarla al completo.

22/4/10

Energía y poder. Una discusión en torno al libro "Las ilusiones renovables"

Las ilusiones renovables. La cuestión de la energía y la dominación social ha quedado como el último documento firmado por Los amigos de Ludd. Publicado en junio de 2007 con la editorial Muturreko, este libro intentaba acercarse a la cuestión de la llamada crisis energética sin perder pie en el fondo del análisis político. Con este libro se pretendía, por un lado, proporcionar al lector, una guía sencilla de los debates más importantes que habían surgido en torno a la energía y, por otro lado, aportar un punto de vista radical en cuanto a las perspectivas de cambio social puestas en juego en cualquier mutación técnica y ecológica. Por decirlo de otra manera, se quería ver la crisis energética como un aspecto central en la crítica de la sociedad industrial.
¿Cuál fue el contexto en que se gestó este libro? Hay que recordar que en los primeros años del siglo el interés mediático e institucional por la energía había aumentado considerablemente. Tres fenómenos íntimamente ligados se asomaban en el horizonte en aquellos años. El primero era la inquietud ante el posible resurgir de la industria nuclear. Aunque de esta cuestión se venía hablando desde hacía tiempo, no fue hasta la publicación del famoso artículo de James Lovelock –en 2004- y donde se defendía la energía nuclear como vía de escape a la crisis ambiental global, que el “debate nuclear” volvió a empezar a subir de temperatura en los medios de comunicación –por llamarlos de alguna manera. Hay que decir que en los ambientes ecologistas se había dado casi por enterrada la industria nuclear. Se insistía con gesto tranquilizador en la imposibilidad de que la industria nuclear renaciera de sus cenizas radiactivas, ya que las leyes del mercado y la oposición ciudadana habían acabado con ella. En febrero de 2005, los amigos de Ludd publicamos dentro del boletín el artículo, “La propaganda nuclear y su segunda infancia”, donde se intentaba alertar de una inquietante crecida del fervor pronuclear. Un año más tarde, en la revista Resquicios, se publicaba también el texto “Bajo el volcán”, que formaría un capítulo de Las ilusiones renovables, y donde se hacía un balance de la historia política de la energía nuclear y donde, de nuevo, se llamaba la atención sobre la enorme presión propagandística de la que se favorecía la industria del átomo. Durante los últimos cuatro o cinco años, hemos presenciado una intensificación de dicha propaganda, y si bien todavía es difícil saber si habrá un despegue nuclear, aunque sea modesto, es de de destacar el apoyo que esta industria ha recibido desde medios de derecha a izquierda.[1]
Otro factor que se hacía presente por aquella época era el manoseado debate sobre el agotamiento de los combustibles fósiles. Hay que recordar que hasta los años 2004-05, en el Estado español apenas habían aparecido informaciones al respecto, pero incluso después de aquella época la resonancia pública en torno a este problema ha sido muy escasa con relación a países como Estados Unidos y Francia. No ha sido hasta hace dos o tres años que han comenzado a aparecer libros redactados en castellano, como el de R. Fernández Durán (2008), que tratan la cuestión en detalle. Pero fue sobre todo en las páginas de la revista en red crisis.energética –con analistas como Pedro Prieto o Marcel Coderch- donde desde el año 2004 se había empezado a informar en profundidad sobre el asunto, aunque por supuesto este tipo de revelaciones no alcanzara a la opinión pública. Desde el boletín de los amigos de Ludd, también en febrero de 2005, se había hecho una reseña crítica sobre el libro de Richard Heinberg, The party’ s over, que luego sería traducido al castellano. En esta nota crítica ya se advertía la importancia del fenómeno, tomando a la vez distancia con ciertas expectativas que podía despertar en algunos sectores de la ecología.
Finalmente, estos dos sucesos, tanto el supuesto renacimiento nuclear como el discutido fin de los combustibles fósiles se acompañaban de la efervescencia económica e institucional de las energías alternativas o renovables. En algunos artículos del boletín de números anteriores también se habían tratado algunas de estas cuestiones (eólicas, hidrógeno, etc.) En ese sentido, el libro Las ilusiones renovables es también un intento de responder no sólo a las dudosas interpretaciones oficiales sobre la crisis energética sino también a los también dudosos recambios que se ofrecían a favor de la llamada “transición energética”.
Desde Las ilusiones renovables se quiso provocar una reflexión que fuera a la contra de la complacencia en la que suele descansar el debate público. Pero, a la vez, se intentaba evitar la salida fácil del catastrofismo. No podemos olvidar que los tres factores que hemos señalado estaban sostenidos por la espectacularidad mediática que se le ha dado al cambio climático, fenómeno frente al cual tomamos distancia crítica en las páginas finales del libro.

Las trampas de la substitución y la transición energética

Un hecho que habría que señalar cuando hablamos de la historia social de la energía, es la facilidad con la que olvidamos los rasgos de los estadios anteriores. Tendemos a hacer una lectura progresiva de los “avances” de los regímenes energéticos, sin tener en cuenta el carácter abusivo que adquieren las tecnologías energéticas en el mundo desarrollado. Podemos llegar a pensar, leyendo el pasado, que unas formas de energía vinieron a sustituir a las anteriores. Esto, siendo en parte cierto, no es lo esencial. Si, por ejemplo, el carbón vino a sustituir a la madera en algunos usos concretos ¿qué importancia tiene esto frente al hecho de que el empleo industrial del carbón creó un mundo nuevo e inventó formas inéditas de invertir la energía? Cuando en 1859 se comenzó a abrir los primeros pozos de petróleo con fines explícitamente comerciales en Estados Unidos ¿se podía llegar a imaginar que en el siglo XX el motor de explosión revolucionaría toda la vida de occidente y pronto la del planeta? Cierto, el petróleo podía sustituir al carbón en algunos espacios, pero lo fundamental era más bien el mundo nuevo que inauguraba a su paso. El complejo electronuclear, tiempo después, intentó presentarse como un proyecto con vocación similar en los años cincuenta del pasado siglo, aunque sus logros sólo se realizaron en una mínima parte.
Un ejemplo de esta historiografía insensible a los verdaderos rasgos de cada época lo tenemos en el famoso libro de Gimpel sobre la revolución industrial en la Edad Media. Este libro, cayendo a veces en la caricatura, buscaba a toda costa elementos de comparación entre el mundo económico y técnico de la Edad Media y el período contemporáneo. Cuando habla de la explotación de la energía en la Europa medieval llega a conclusiones como esta: “En el Medioevo, la energía hidráulica tenía la misma importancia que el petróleo en el siglo XX.” A nuestro juicio, este es el tipo de comparaciones que una historia con vocación de seriedad debería evitar. Pero para lo que concierne a este debate, en efecto, y dado que aquí Gimpel está refiriéndose a los molinos de agua, ¿cómo extrapolar la función que tenía la energía hidráulica entonces con la función que desempeña el petróleo en la economía del siglo XX? ¿No estamos ante mundos radicalmente diferentes? ¿Cuál es el lugar que ocupa la movilidad y la mecanización en la edad contemporánea si lo comparamos con la Edad Media?
Desde la Revolución Industrial hemos asistido a una progresiva e imparable tecnificación de los medios de producción y consumo de energía. Esta tecnificación ha derivado en una metamorfosis constante de la sociedad industrial. Quizá los rasgos más determinantes de este proceso hayan sido la revolución de la movilidad, la mecanización de la producción y la proliferación de todo tipo de servicios.
Un excelente ejemplo de cómo la movilidad y la mecanización pueden hacer bascular por completo un mundo de relaciones económicas lo tenemos en el artículo “Les Ëtats-Unis avant la grande industrie” de Matthieu Amiech [2], donde se comenta en profundidad el libro del historiador de la economía Alfred Chandler, La mano visible, y donde se describe la evolución que sufrió la sociedad capitalista norteamericana antes y después de la introducción del ferrocarril. Tratándose Chandler un autor que intenta describir el fenómeno del capitalismo desde un punto de vista “objetivo” el libro tiene el valor de documentar el proceso de industrialización sin aprioris militantes. Y, en efecto, el mundo financiero y capitalista que describe Chandler hasta 1840 reposaba sobre el mismo tipo de limitaciones de aquellos períodos previos al desarrollo de la movilidad industrial. ¿Cuál eran estas limitaciones? La geografía física, la climatología, etc. Una vez que la movilidad, junto con medios de comunicación más eficaces como la telegrafía, rompió estos límites, un nuevo mundo económico, el capitalismo industrial, surgió con todos sus rasgos: dispersión productiva, expansión del consumo, integración de todas las estructuras, etc.
Por tanto, sería un error pensar que podemos limitarnos a sustituir unas energías por otras sin tener en cuenta todas las nuevas formas de producción y consumo que cada régimen energético permite. Cuando algunos ecologistas nos hablan entusiastas del conocido “100% renovable” no podemos ver ahí sino una ingenua declaración de principios. En efecto, dada la sedimentación de servicios, formas de consumo y estructuras heredadas de las sucesivas revoluciones técnicas y energéticas ¿no sería prioritario analizar que tipo de necesidades colectivas serían aceptables en una cultura que quiera prosperar sin ser una amenaza para el medio físico?

Descentralización de la producción y concentración del Poder

Hay algo que parece claro: a medida que la energía se aplicó de forma cada vez más eficaz a la movilidad, los medios de producción y consumo pudieron diseminarse en un grado formidable por todo el territorio, rompiendo con las limitaciones impuestas por la naturaleza. Ahora bien, este fenómeno no se acompañó, como hubieran querido Kropotkin, Ohitovich o Lewis Mumford [3], de una descentralización del poder, sino por el contrario de la formación progresiva de una megalópolis amorfa con un millón de terminales, órganos de gestión que borraron los últimos vestigios de vida autónoma y de diversidad natural.
La aplicación intensiva de energía a la movilidad y a la mecanización y de estas a la producción y distribución de bienes ha tenido como consecuencia casi inmediata la formación de una red gigantesca de relaciones financieras, jurídicas e ingenieriles que refuerzan y justifican la naturaleza de un Poder incontestable.
Muchos han tardado en darse cuenta que a partir de un cierto umbral, el sistema toma sus medios de crecimiento y mantenimiento como fines en sí mismos, y la mera dimensión de dicho sistema requiere una estructura compleja que destruye cualquier consideración que no sea técnica.
Para un autor como William F. Ruddiman, el problema ligado a la modificación del clima producido por la acción humana se remontan a la antigüedad. En su conocido libro Plows, Plagues and Petroleum: how humans took control of climate (2005) intenta probar como la deforestación y la actividad agrícola desarrolladas en Asia y en la cuenca mediterránea hace milenios produjeron ya la introducción masiva de metano y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que produjo un ligero aumento de temperaturas.
Refiriéndose a nuestra sociedad moderna e industrial el antropólogo Lévi-Strauss trazaba la diferencia entre las máquinas mecánicas y las máquinas termodinámicas. Las primeras sólo utilizan la energía que se les ha proporcionado en un principio y, en un modelo teórico, donde no hubiera frotamientos, podrían continuar funcionando indefinidamente con esa misma cantidad de energía. Mientras que, como explica Lévi-Strauss: “las máquinas termodinámicas, como la máquina a vapor, funcionan sobre una diferencia de temperatura entre sus partes, entre la caldera y el condensador; producen una enorme cantidad de trabajo, mucho más que las otras, pero consumiendo su energía y destruyéndola progresivamente.”
(…)
“Nuestras sociedades no son solamente sociedades que hacen un gran uso de la máquina de vapor; desde el punto de vista de su estructura, se parecen a máquinas de vapor, utilizan para su funcionamiento una diferencia de potencial, que se realiza mediante diferentes formas de jerarquía social, se llame esclavitud o servidumbre, o sociedad de clases, esto no tiene una importancia fundamental cuando se miran las cosas desde lejos y con una visión panorámica. Estas sociedades han llegado a realizar en su seno un desequilibrio que utilizan por producir, a la vez, un gran orden –sociedades maquinistas- y también un gran desorden, mucha más entropía, en el plano mismo de las relaciones humanas.” [4]
La introducción masiva de combustibles fósiles en la vida económica no ha sido el mayor ni el más reciente de los desastres que haya sucedido a la humanidad, pero si es tal vez aquel que resume mejor todos los males ligados a la extensión del Poder incontestable y de la degradación de la naturaleza. Lo que demuestra la puerilidad de las expectativas que se habían puesto en la liberación otorgada por la mecanización y dispersión de la producción.
Llegados a este punto ¿qué hacer? Vivimos bajo la doble amenaza de un sistema que nos priva de autonomía y de poder de decisión pero del que tenemos una total dependencia para poder sobrevivir.
Esta contradicción, sin ser fatal, determinará inevitablemente el carácter de todo lo que nos decidamos a realizar individual y colectivamente.

Toni García abril 2010

NOTAS

1. A este respecto se pueden leer los artículos “La industria nuclear: una próspera decadencia” y “Nuevos avances de la propaganda nuclear” publicados en febrero y octubre de 2009 respectivamente en el periódico CNT, firmados por José Ardillo.
2. Incluido en el número 7 de la revista Notes & Morceaux choisis de diciembre de 2006.
3. En cuanto a Kropotkin, su ideal de descentralización se basaba en gran medida en la electricidad, aunque no sepamos hasta que punto. En Las ilusiones renovables habíamos señalado “no parece Kropotkin haber desarrollado el concepto de una gran red energética descentralizada a escala nacional. Parecía más inclinado a pensar en una diversificación de posibilidades locales.” Sin embargo, en la biografía de Kropotkin, El príncipe anarquista, de Woodcock y Avakumovic, aparece un testimonio revelador de un amigo suyo, Berlfort Bax: “Respecto a la economía, su idea [de Kropotkin] era que la concentración del proceso industrial era sólo una fase pasajera de la Revolución Industrial que había alcanzado su apogeo cuando el vapor era la única energía que movía la producción, pero que el total desarrollo de la era de la electricidad significaría un regreso de gran magnitud a la antigua pequeña industria de producción individual, debido al hecho de que, a diferencia de la energía del vapor, la eléctrica podía dividirse sin perder eficacia.”
4. Citado en el libro L´energie et le désarroi post-industriel de Louis Puiseux (1973).