22/4/10

Energía y poder. Una discusión en torno al libro "Las ilusiones renovables"

Las ilusiones renovables. La cuestión de la energía y la dominación social ha quedado como el último documento firmado por Los amigos de Ludd. Publicado en junio de 2007 con la editorial Muturreko, este libro intentaba acercarse a la cuestión de la llamada crisis energética sin perder pie en el fondo del análisis político. Con este libro se pretendía, por un lado, proporcionar al lector, una guía sencilla de los debates más importantes que habían surgido en torno a la energía y, por otro lado, aportar un punto de vista radical en cuanto a las perspectivas de cambio social puestas en juego en cualquier mutación técnica y ecológica. Por decirlo de otra manera, se quería ver la crisis energética como un aspecto central en la crítica de la sociedad industrial.
¿Cuál fue el contexto en que se gestó este libro? Hay que recordar que en los primeros años del siglo el interés mediático e institucional por la energía había aumentado considerablemente. Tres fenómenos íntimamente ligados se asomaban en el horizonte en aquellos años. El primero era la inquietud ante el posible resurgir de la industria nuclear. Aunque de esta cuestión se venía hablando desde hacía tiempo, no fue hasta la publicación del famoso artículo de James Lovelock –en 2004- y donde se defendía la energía nuclear como vía de escape a la crisis ambiental global, que el “debate nuclear” volvió a empezar a subir de temperatura en los medios de comunicación –por llamarlos de alguna manera. Hay que decir que en los ambientes ecologistas se había dado casi por enterrada la industria nuclear. Se insistía con gesto tranquilizador en la imposibilidad de que la industria nuclear renaciera de sus cenizas radiactivas, ya que las leyes del mercado y la oposición ciudadana habían acabado con ella. En febrero de 2005, los amigos de Ludd publicamos dentro del boletín el artículo, “La propaganda nuclear y su segunda infancia”, donde se intentaba alertar de una inquietante crecida del fervor pronuclear. Un año más tarde, en la revista Resquicios, se publicaba también el texto “Bajo el volcán”, que formaría un capítulo de Las ilusiones renovables, y donde se hacía un balance de la historia política de la energía nuclear y donde, de nuevo, se llamaba la atención sobre la enorme presión propagandística de la que se favorecía la industria del átomo. Durante los últimos cuatro o cinco años, hemos presenciado una intensificación de dicha propaganda, y si bien todavía es difícil saber si habrá un despegue nuclear, aunque sea modesto, es de de destacar el apoyo que esta industria ha recibido desde medios de derecha a izquierda.[1]
Otro factor que se hacía presente por aquella época era el manoseado debate sobre el agotamiento de los combustibles fósiles. Hay que recordar que hasta los años 2004-05, en el Estado español apenas habían aparecido informaciones al respecto, pero incluso después de aquella época la resonancia pública en torno a este problema ha sido muy escasa con relación a países como Estados Unidos y Francia. No ha sido hasta hace dos o tres años que han comenzado a aparecer libros redactados en castellano, como el de R. Fernández Durán (2008), que tratan la cuestión en detalle. Pero fue sobre todo en las páginas de la revista en red crisis.energética –con analistas como Pedro Prieto o Marcel Coderch- donde desde el año 2004 se había empezado a informar en profundidad sobre el asunto, aunque por supuesto este tipo de revelaciones no alcanzara a la opinión pública. Desde el boletín de los amigos de Ludd, también en febrero de 2005, se había hecho una reseña crítica sobre el libro de Richard Heinberg, The party’ s over, que luego sería traducido al castellano. En esta nota crítica ya se advertía la importancia del fenómeno, tomando a la vez distancia con ciertas expectativas que podía despertar en algunos sectores de la ecología.
Finalmente, estos dos sucesos, tanto el supuesto renacimiento nuclear como el discutido fin de los combustibles fósiles se acompañaban de la efervescencia económica e institucional de las energías alternativas o renovables. En algunos artículos del boletín de números anteriores también se habían tratado algunas de estas cuestiones (eólicas, hidrógeno, etc.) En ese sentido, el libro Las ilusiones renovables es también un intento de responder no sólo a las dudosas interpretaciones oficiales sobre la crisis energética sino también a los también dudosos recambios que se ofrecían a favor de la llamada “transición energética”.
Desde Las ilusiones renovables se quiso provocar una reflexión que fuera a la contra de la complacencia en la que suele descansar el debate público. Pero, a la vez, se intentaba evitar la salida fácil del catastrofismo. No podemos olvidar que los tres factores que hemos señalado estaban sostenidos por la espectacularidad mediática que se le ha dado al cambio climático, fenómeno frente al cual tomamos distancia crítica en las páginas finales del libro.

Las trampas de la substitución y la transición energética

Un hecho que habría que señalar cuando hablamos de la historia social de la energía, es la facilidad con la que olvidamos los rasgos de los estadios anteriores. Tendemos a hacer una lectura progresiva de los “avances” de los regímenes energéticos, sin tener en cuenta el carácter abusivo que adquieren las tecnologías energéticas en el mundo desarrollado. Podemos llegar a pensar, leyendo el pasado, que unas formas de energía vinieron a sustituir a las anteriores. Esto, siendo en parte cierto, no es lo esencial. Si, por ejemplo, el carbón vino a sustituir a la madera en algunos usos concretos ¿qué importancia tiene esto frente al hecho de que el empleo industrial del carbón creó un mundo nuevo e inventó formas inéditas de invertir la energía? Cuando en 1859 se comenzó a abrir los primeros pozos de petróleo con fines explícitamente comerciales en Estados Unidos ¿se podía llegar a imaginar que en el siglo XX el motor de explosión revolucionaría toda la vida de occidente y pronto la del planeta? Cierto, el petróleo podía sustituir al carbón en algunos espacios, pero lo fundamental era más bien el mundo nuevo que inauguraba a su paso. El complejo electronuclear, tiempo después, intentó presentarse como un proyecto con vocación similar en los años cincuenta del pasado siglo, aunque sus logros sólo se realizaron en una mínima parte.
Un ejemplo de esta historiografía insensible a los verdaderos rasgos de cada época lo tenemos en el famoso libro de Gimpel sobre la revolución industrial en la Edad Media. Este libro, cayendo a veces en la caricatura, buscaba a toda costa elementos de comparación entre el mundo económico y técnico de la Edad Media y el período contemporáneo. Cuando habla de la explotación de la energía en la Europa medieval llega a conclusiones como esta: “En el Medioevo, la energía hidráulica tenía la misma importancia que el petróleo en el siglo XX.” A nuestro juicio, este es el tipo de comparaciones que una historia con vocación de seriedad debería evitar. Pero para lo que concierne a este debate, en efecto, y dado que aquí Gimpel está refiriéndose a los molinos de agua, ¿cómo extrapolar la función que tenía la energía hidráulica entonces con la función que desempeña el petróleo en la economía del siglo XX? ¿No estamos ante mundos radicalmente diferentes? ¿Cuál es el lugar que ocupa la movilidad y la mecanización en la edad contemporánea si lo comparamos con la Edad Media?
Desde la Revolución Industrial hemos asistido a una progresiva e imparable tecnificación de los medios de producción y consumo de energía. Esta tecnificación ha derivado en una metamorfosis constante de la sociedad industrial. Quizá los rasgos más determinantes de este proceso hayan sido la revolución de la movilidad, la mecanización de la producción y la proliferación de todo tipo de servicios.
Un excelente ejemplo de cómo la movilidad y la mecanización pueden hacer bascular por completo un mundo de relaciones económicas lo tenemos en el artículo “Les Ëtats-Unis avant la grande industrie” de Matthieu Amiech [2], donde se comenta en profundidad el libro del historiador de la economía Alfred Chandler, La mano visible, y donde se describe la evolución que sufrió la sociedad capitalista norteamericana antes y después de la introducción del ferrocarril. Tratándose Chandler un autor que intenta describir el fenómeno del capitalismo desde un punto de vista “objetivo” el libro tiene el valor de documentar el proceso de industrialización sin aprioris militantes. Y, en efecto, el mundo financiero y capitalista que describe Chandler hasta 1840 reposaba sobre el mismo tipo de limitaciones de aquellos períodos previos al desarrollo de la movilidad industrial. ¿Cuál eran estas limitaciones? La geografía física, la climatología, etc. Una vez que la movilidad, junto con medios de comunicación más eficaces como la telegrafía, rompió estos límites, un nuevo mundo económico, el capitalismo industrial, surgió con todos sus rasgos: dispersión productiva, expansión del consumo, integración de todas las estructuras, etc.
Por tanto, sería un error pensar que podemos limitarnos a sustituir unas energías por otras sin tener en cuenta todas las nuevas formas de producción y consumo que cada régimen energético permite. Cuando algunos ecologistas nos hablan entusiastas del conocido “100% renovable” no podemos ver ahí sino una ingenua declaración de principios. En efecto, dada la sedimentación de servicios, formas de consumo y estructuras heredadas de las sucesivas revoluciones técnicas y energéticas ¿no sería prioritario analizar que tipo de necesidades colectivas serían aceptables en una cultura que quiera prosperar sin ser una amenaza para el medio físico?

Descentralización de la producción y concentración del Poder

Hay algo que parece claro: a medida que la energía se aplicó de forma cada vez más eficaz a la movilidad, los medios de producción y consumo pudieron diseminarse en un grado formidable por todo el territorio, rompiendo con las limitaciones impuestas por la naturaleza. Ahora bien, este fenómeno no se acompañó, como hubieran querido Kropotkin, Ohitovich o Lewis Mumford [3], de una descentralización del poder, sino por el contrario de la formación progresiva de una megalópolis amorfa con un millón de terminales, órganos de gestión que borraron los últimos vestigios de vida autónoma y de diversidad natural.
La aplicación intensiva de energía a la movilidad y a la mecanización y de estas a la producción y distribución de bienes ha tenido como consecuencia casi inmediata la formación de una red gigantesca de relaciones financieras, jurídicas e ingenieriles que refuerzan y justifican la naturaleza de un Poder incontestable.
Muchos han tardado en darse cuenta que a partir de un cierto umbral, el sistema toma sus medios de crecimiento y mantenimiento como fines en sí mismos, y la mera dimensión de dicho sistema requiere una estructura compleja que destruye cualquier consideración que no sea técnica.
Para un autor como William F. Ruddiman, el problema ligado a la modificación del clima producido por la acción humana se remontan a la antigüedad. En su conocido libro Plows, Plagues and Petroleum: how humans took control of climate (2005) intenta probar como la deforestación y la actividad agrícola desarrolladas en Asia y en la cuenca mediterránea hace milenios produjeron ya la introducción masiva de metano y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que produjo un ligero aumento de temperaturas.
Refiriéndose a nuestra sociedad moderna e industrial el antropólogo Lévi-Strauss trazaba la diferencia entre las máquinas mecánicas y las máquinas termodinámicas. Las primeras sólo utilizan la energía que se les ha proporcionado en un principio y, en un modelo teórico, donde no hubiera frotamientos, podrían continuar funcionando indefinidamente con esa misma cantidad de energía. Mientras que, como explica Lévi-Strauss: “las máquinas termodinámicas, como la máquina a vapor, funcionan sobre una diferencia de temperatura entre sus partes, entre la caldera y el condensador; producen una enorme cantidad de trabajo, mucho más que las otras, pero consumiendo su energía y destruyéndola progresivamente.”
(…)
“Nuestras sociedades no son solamente sociedades que hacen un gran uso de la máquina de vapor; desde el punto de vista de su estructura, se parecen a máquinas de vapor, utilizan para su funcionamiento una diferencia de potencial, que se realiza mediante diferentes formas de jerarquía social, se llame esclavitud o servidumbre, o sociedad de clases, esto no tiene una importancia fundamental cuando se miran las cosas desde lejos y con una visión panorámica. Estas sociedades han llegado a realizar en su seno un desequilibrio que utilizan por producir, a la vez, un gran orden –sociedades maquinistas- y también un gran desorden, mucha más entropía, en el plano mismo de las relaciones humanas.” [4]
La introducción masiva de combustibles fósiles en la vida económica no ha sido el mayor ni el más reciente de los desastres que haya sucedido a la humanidad, pero si es tal vez aquel que resume mejor todos los males ligados a la extensión del Poder incontestable y de la degradación de la naturaleza. Lo que demuestra la puerilidad de las expectativas que se habían puesto en la liberación otorgada por la mecanización y dispersión de la producción.
Llegados a este punto ¿qué hacer? Vivimos bajo la doble amenaza de un sistema que nos priva de autonomía y de poder de decisión pero del que tenemos una total dependencia para poder sobrevivir.
Esta contradicción, sin ser fatal, determinará inevitablemente el carácter de todo lo que nos decidamos a realizar individual y colectivamente.

Toni García abril 2010

NOTAS

1. A este respecto se pueden leer los artículos “La industria nuclear: una próspera decadencia” y “Nuevos avances de la propaganda nuclear” publicados en febrero y octubre de 2009 respectivamente en el periódico CNT, firmados por José Ardillo.
2. Incluido en el número 7 de la revista Notes & Morceaux choisis de diciembre de 2006.
3. En cuanto a Kropotkin, su ideal de descentralización se basaba en gran medida en la electricidad, aunque no sepamos hasta que punto. En Las ilusiones renovables habíamos señalado “no parece Kropotkin haber desarrollado el concepto de una gran red energética descentralizada a escala nacional. Parecía más inclinado a pensar en una diversificación de posibilidades locales.” Sin embargo, en la biografía de Kropotkin, El príncipe anarquista, de Woodcock y Avakumovic, aparece un testimonio revelador de un amigo suyo, Berlfort Bax: “Respecto a la economía, su idea [de Kropotkin] era que la concentración del proceso industrial era sólo una fase pasajera de la Revolución Industrial que había alcanzado su apogeo cuando el vapor era la única energía que movía la producción, pero que el total desarrollo de la era de la electricidad significaría un regreso de gran magnitud a la antigua pequeña industria de producción individual, debido al hecho de que, a diferencia de la energía del vapor, la eléctrica podía dividirse sin perder eficacia.”
4. Citado en el libro L´energie et le désarroi post-industriel de Louis Puiseux (1973).